sábado, 16 de enero de 2016

Cuatro espantos que atacan a los niños campesinos en Colombia

La niñez campesina se encuentra en el extremo de la población vulnerable, en esa franja extensa que integran varios sectores de la población colombiana, en esta sociedad donde la brecha de desigualdad es ancha. Aquí diversas amenazas los asedian. No solo el problema de la vinculación a los grupos armados, situación de mayor preocupación en varias instituciones y organismos internacionales.
Tomado de Trochando sin Fronteras edición Impresa #23
Po: Isaac Marín Lizarazo

“Yo los llamo los cuatro espantos que atacan a la niñez campesina y son causales de que muchos niños resulten en las filas de los grupos insurgentes;  estos son: la pobreza, el trabajo excesivo, los castigos, y el acoso sexual”. Así los define un veterano profesor de un colegio rural, al referirse con preocupación a las mayores causas de deserción escolar, a la vinculación de los niños a los grupos armados y al desdén del gobierno y de la sociedad.

Las familias campesinas que habitan las regiones más apartadas en su mayoría viven en condiciones de extrema pobreza, carecen de elementos básicos como el vestido, calzado o una vivienda digna. Estas realidades son caldo de cultivo para que niños y adolescentes, buscando oportunidades y mejores condiciones de vida, abandonen la escuela, migren a las ciudades o se enrolen en los grupos armados.

Otro factor es el trabajo en el campo,  que es rudo y de extensas jornadas que involucran a todos los miembros de la familia; Todos deben trabajar, no importan sus condiciones físicas, edad o género, porque la economía campesina no da para pagar muchos obreros. Así, es muy frecuente que niñas y niños realicen trabajos riesgosos, duros y extenuantes. No porque sus padres tengan la intención de explotarlos laboralmente, sino porque el trabajo del campo es mal remunerado, y la única forma de suplir las necesidades básicas es que toda la familia produzca.

Con frecuencia los chicos campesinos son sometidos a castigos físicos por sus padres o parientes cercanos, sin saber que las fueteras y reprimendas no corrigen ni educan al niño; por el contrario estas se constituyen en maltrato físico y psicológico, generan resentimiento, inseguridad, pérdida de su autoestima, provoca deserción escolar y hasta el abandono de su hogar.

Otro espanto es el del acoso sexual que con frecuencia ronda a niñas, niños y adolescentes en su hogar. Suele darse por un miembro de su familia o alguien cercano a la casa y es un problema que los chicos sufren en silencio, por lo que se ven obligados a tomar decisiones desesperadas con tal de liberarse de los abusos y maltratos.

Ahora la reflexión es si los niños prevalecen sobre los demás, y si la familia, la sociedad y el estado están obligados a asistir y protegerlos para garantizar su desarrollo armónico e integral y el ejercicio pleno de sus derechos. Es necesario llamar la atención de por qué en Colombia hay más de 1.380.000 casos de trabajo infantil, no sólo en labores del campo, muchos en el trabajo informal, con míseras remuneraciones y desarrollando actividades que atentan contra su dignidad.

Nada justifica que los niños estén involucrados en la guerra, pero es deplorable la doble moral de entidades como el Instituto Colombiano de Bienestar Familiar (ICBF), la Defensoría del Pueblo, la Presidencia de la República, así como de los medios masivos de comunicación que se limitan a rechazar ese fenómeno, pero se quedan callados frente al hecho de que miles de niños sean obligados a las duras labores del agro, a trabajar en el micrográfico, en las ventas callejeras, cantando en los buses para colectar monedas o ejerciendo la prostitución. Difícilmente se superarán las causas de la violencia si la niñez sigue viviendo en tales condiciones y no en su casa, en la escuela, disfrutando su niñez.



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