La niñez campesina se
encuentra en el extremo de la población vulnerable, en esa franja extensa que
integran varios sectores de la población colombiana, en esta sociedad donde la
brecha de desigualdad es ancha. Aquí diversas amenazas los asedian. No solo el
problema de la vinculación a los grupos armados, situación de mayor
preocupación en varias instituciones y organismos internacionales.
Tomado
de Trochando sin Fronteras edición Impresa #23
Po: Isaac Marín Lizarazo
Po: Isaac Marín Lizarazo
“Yo los llamo los cuatro
espantos que atacan a la niñez campesina y son causales de que muchos niños
resulten en las filas de los grupos insurgentes; estos son: la pobreza,
el trabajo excesivo, los castigos, y el acoso sexual”. Así los define un
veterano profesor de un colegio rural, al referirse con preocupación a las mayores
causas de deserción escolar, a la vinculación de los niños a los grupos armados
y al desdén del gobierno y de la sociedad.
Las familias campesinas que
habitan las regiones más apartadas en su mayoría viven en condiciones de
extrema pobreza, carecen de elementos básicos como el vestido, calzado o una
vivienda digna. Estas realidades son caldo de cultivo para que niños y
adolescentes, buscando oportunidades y mejores condiciones de vida, abandonen
la escuela, migren a las ciudades o se enrolen en los grupos armados.
Otro factor es el trabajo
en el campo, que es rudo y de extensas jornadas que involucran a todos
los miembros de la familia; Todos deben trabajar, no importan sus condiciones
físicas, edad o género, porque la economía campesina no da para pagar muchos
obreros. Así, es muy frecuente que niñas y niños realicen trabajos riesgosos,
duros y extenuantes. No porque sus padres tengan la intención de explotarlos
laboralmente, sino porque el trabajo del campo es mal remunerado, y la única
forma de suplir las necesidades básicas es que toda la familia produzca.
Con frecuencia los chicos
campesinos son sometidos a castigos físicos por sus padres o parientes
cercanos, sin saber que las fueteras y reprimendas no corrigen ni educan al
niño; por el contrario estas se constituyen en maltrato físico y psicológico,
generan resentimiento, inseguridad, pérdida de su autoestima, provoca deserción
escolar y hasta el abandono de su hogar.
Otro espanto es el del
acoso sexual que con frecuencia ronda a niñas, niños y adolescentes en su
hogar. Suele darse por un miembro de su familia o alguien cercano a la casa y
es un problema que los chicos sufren en silencio, por lo que se ven obligados a
tomar decisiones desesperadas con tal de liberarse de los abusos y maltratos.
Ahora la reflexión es si
los niños prevalecen sobre los demás, y si la familia, la sociedad y el estado
están obligados a asistir y protegerlos para garantizar su desarrollo armónico
e integral y el ejercicio pleno de sus derechos. Es necesario llamar la
atención de por qué en Colombia hay más de 1.380.000 casos de trabajo infantil,
no sólo en labores del campo, muchos en el trabajo informal, con míseras
remuneraciones y desarrollando actividades que atentan contra su dignidad.
Nada justifica que los
niños estén involucrados en la guerra, pero es deplorable la doble moral de
entidades como el Instituto Colombiano de Bienestar Familiar (ICBF), la
Defensoría del Pueblo, la Presidencia de la República, así como de los medios
masivos de comunicación que se limitan a rechazar ese fenómeno, pero se quedan
callados frente al hecho de que miles de niños sean obligados a las duras
labores del agro, a trabajar en el micrográfico, en las ventas callejeras,
cantando en los buses para colectar monedas o ejerciendo la prostitución.
Difícilmente se superarán las causas de la violencia si la niñez sigue viviendo
en tales condiciones y no en su casa, en la escuela, disfrutando su niñez.
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